lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Qué hacen los niños?

Lo primero que nos venía a la mente cuando escuchábamos o mirábamos el nombre de Cristo era la del sufrimiento. Decía el padrecito Chinchachoma que su Cristo era el vituperado, el escupido, el injuriado, etc. y uno leía ese folleto ("El Cristo del Chinchachoma") y quedaba muy impresionado porque el padrecito miraba al Hijo de Dios en los más despreciados del mundo, vale decir, en la Ciudad de México, a los niños de la calle que ponen al toncho, al chemo y al thinner.

Pero este día que en Tijuana amaneció frío y nublado, y después de una breve ciberconversación con mis grandes pequeños Lluvia y Aníbal, a quienes amo tanto como nunca pude amarme a mi mismo, siento una inmensa alegría por sus vidas y sus preciosos corazones.

Por eso hoy me quiero acordar de Cristo regocijado. Lo encontré en el Evangelio de Lucas (¡cómo amamos a Lucas!) capítulo 10 versículo 21:

"En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí Padre, porque así te agradó".



Dijo esto Jesús cuando regresaron 70 de sus discípulos que fueron enviados por El para llevar su palabra, maravillados porque aún los demonios se les sujetaban en su nombre. El les respondió:



"Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí yo os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujeten, sino regocijaos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos". (Lucas 10: 18-20)



Me lo imagino recordando las escenas de la eternidad, la guerra celestial, Satanás cayendo seguido de los ángeles con los que hizo sus contrataciones y mirando como era vencida también en la tierra la serpiente antigua, a través de la palabra de fe con que armó a sus discípulos. El verbo encendido, la palabra de Dios con que fueron creados los cielos y la tierra, la espada que aparta a las tinieblas.



Luego lo imagino mirando los rostros de los hebreos, cansados del camino, victoriosos en Su Nombre y cómo en su corazón sintió la fragilidad de esas vidas fugaces, y el regocijo de la salvación de sus almas: mayor batalla había visto El. Alégrense, les dijo, porque sus nombres están escritos en los cielos.



Y dice Lucas que en aquella misma hora alabó al Padre porque escondió estas cosas de los sabios y las reveló a los niños, porque así le gustó hacerlo.



Cuando sus discípulos llegaron delante de El como chamacos alegando por los primeros lugares en el reino de los cielos (Mateo 18:1-5) El les dijo: "De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este a mi me recibe".



Expresándolo de otra manera sería Cristo Jesús = a 1 niño; una ecuación con dos incógnitas. La primera, quién es El; la segunda, ¿qué hacen los niños?



La primera me la dejo de tarea para la próxima entrada al blog, si Dios me presta vida; la segunda es sencilla (ambas, en realidad, lo son):



Los niños juegan y aprenden.

Los niños miran y a veces no entienden.

Los niños necesitan palabras de verdad y palabras de amor.

Los niños creen en los demás.

Tienen un corazón limpio.

Tienen la autoridad de la inocencia.

Con su sola presencia transforman la vida.

Porque en ellos está la vida.

Tienen una mirada irresistible.

¡Oh, Dios! ¿Quién puede resistir los ojos de un niño?



Hoy es un día precioso en Tijuana para decirle una palabra amable a un niño.

También para ser niños, aunque sea un poquito.